Abrió los ojos a la escasa luz de la habitación. No sabía qué hora era ni dónde estaba, y le dolía el cuerpo como si la hubiese atropellado un tren… en realidad, como si se hubiese metido dentro del tren en si. Por lo menos olía a eso. Definitivamente fue una pésima idea levantarse esa mañana, pensó; Malditas órdenes, maldita carta, maldito túmulo… “Es tu deber” bah! No tendría problema en ir a meter la nariz en la mugre si ellos hicieran lo mismo por Su tierra…
Rodó sobre su costado hasta el borde del catre y escupió la cosa negra y pastosa que brotaba de su boca. “Ugh...” Cálmate, se dijo, hay cosas más importantes en las que pensar ahora. Una de ellas era el tipo sentado al otro lado de la pieza. Parecía hosco e incómodo, mirando fijamente el suelo, jugando a pasar una moneda entre los dedos. No era una amenaza inmediata, claramente; de querer hacerle daño ya lo habría hecho. La situación era extraña. Demasiados por qués, muy pocos cómo y cuándos… ninguna respuesta coherente.
Un par de minutos después reunió fuerza suficiente como para sentarse al borde del colchón. De inmediato el hombre se puso de pie y se dirigió a la puerta entreabierta. Su voz era ronca y apenas audible: “Ella quiere verte. Cámbiate y sal al pasillo cuando termines”. Luego desapareció tras un revuelo de gabardina.
“¿Qué fue eso? – su voz salió llena de astillas, y de inmediato de llevo la mano a la garganta, por instinto, que dolía aunque ya no apretaba. Su brazo también parecía estar mejor. Le dedicó una mirada más detenida a la habitación… “Austera” fue el mejor cumplido que pudo encontrar; además del catre oxidado había un piso y varios cabos de vela en el suelo de concreto manchado de cosas indefinidas, al igual que las paredes desnudas. No había ventanas ("maldición!") ni otras puertas que no fueran la de salida y la que daba a un pequeño y sucio baño. Sobre la única frazada había una muda de ropa. Se levantó a inspeccionar, ya más estable, sin mayor resultado: solo había una salida y esa era la puerta que daba al pasillo.
En el baño se lavó lo mejor que pudo y se enjuagó el pelo en el lavamanos hasta que el agua salió sin tinte. Se cambió de ropa, sopló lo que quedaba de vela y salió al pasillo.
En cualquier otra situación, de no haber encontrado salida estaría inventando una – una de las primeras cosas que tuvo que aprender desde que se fue de la casa del viejo Shiam... pero tenía una corazonada. Fuera quien fuese la gente que la “recogió”, lo habían hecho por una razón muy fuerte, y ella tenía que escucharla. Luego se ocuparía de salir de ahí, de volver al túmulo y planear cómo se haría cargo de la “fábrica” bajo el supermercado – tuvo que parar un par de minutos en el pasillo para calmarse, de solo recordar lo que había visto la tarde anterior.
De no haber sido una persona tan silenciosa, cada paso habría resonado en el pasillo. Unos treinta metros más allá la luz de una puerta entreabierta le daba la bienvenida desde la oscuridad. Tomó otra bocanada de aire y entró.
La pieza era igual a la anterior, salvo por más sillas y las personas que las ocupaban. El tipo de antes seguía con la moneda, pero se veía algo más tranquilo. Se había quitado la gabardina, que reposaba sobre un bolso en una esquina, y su camisa gris dejaba entrever un vendaje manchado. La chica sentada a su lado era diminuta (eso explicaba porqué la muda de ropa le sentó bien), aunque claramente no era una niña. Tenía la mirada perdida en la pared del fondo y sostenía un rosario entre las manos. Había algo en ella que la hizo dar un paso atrás antes de sentarse en la única silla sobrante.
El tipo susurró algo al oído de su compañera, y esta se limitó a asentir.
- Alicia te ha visto y dice que nos puedes ayudar con un…asunto. Sabemos de tu condición, y que la llevas con responsabilidad. Que no es tu culpa ser lo que eres.
- ¿Qué se supone que signifique eso?
- Que te he juzgado y creo que eres inocente de tus crímenes – A Nef se le crisparon los nervios al escuchar esa vocecita helada y ausente, como si no estuviera presente… pero podía verla frente a sus ojos. Parecía que pudiese quebrarse en cualquier segundo, y eso le daba una fuerza abrumadora. No supo como discutir a la acusación.
- ¿Por qué me lo piden a mi? ¿Quiénes son ustedes?
- Tu eres la que está más “limpia”… y la más dispuesta a escuchar. Créeme, esto les va a interesar a los tuyos, todos salimos ganando. Qué dices, Niña de los que van en silencio…
Limpia… ja! Al parecer no sabían lo manchada que estaba… o quizás solo trataban de parecer amables, o algo así, aunque no lo estaban haciendo muy bien. Suspiró; Así que éste era el presentimiento…
- Tengo que discutirlo con los demás… ¿Qué tengo que hacer?
sábado, 25 de septiembre de 2010
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