Ana detesta llorar. Le es incómodo y tremendamente molesto, y además se necesita una razón de peso para que ella llore.
¿Cuál es el maldito problema tienen los funerales con ella? En el filo del sarcasmo se pregunta cómo es que se le ha muerto tanta gente, incluso los que no son de ella (o poniéndolo de otra forma, cómo es que siempre termina siendo la que va a poner el hombro, a ofrecer la palabra, a representar, a pagar respetos, a hacer acto de presencia… es macabro que se le haya hecho costumbre). Son muchos, cada cual con su nivel de relevancia particular, pero en este momento solo le interesan dos por una misma razón: el de Pablo Rojas y el de Emiliana Valdés, del cual viene llegando; Marcan el día en que realmente vio a Juan por primera vez y el día desde el cual no volverá a hacerlo.
Ana agradece no haberse topado con nadie en la escalera – la descompone que le pregunten estupideces obvias tipo “¿Estás llorando?”. Cierra la puerta tras de si y se da un par de minutos para que su respiración recupere una cadencia aceptable. Más tarde se le hincharán los ojos. Camino a la pieza se desentiende de sus zapatos de taco bajo, se quita los pantalones a tirones y se mete en la cama desecha. Enciende el televisor – que oportunamente Victoria arrastró hasta ahí hace dos noches - en un pobre intento de no pensar.
Juan le dijo que tenía cosas que hacer antes del entierro, así que mejor se juntaran allá. Van quince minutos de misa y ni rastro de él. Está bien, Juan se atrasa, es normal – piensa. Pero cuando bajan el cajón van tres llamadas que no ha contestado y eso ya es raro; se siente intranquila, pero debe ser algo más…
El día es luminoso. Sopla una brisa apenas fría entre los árboles y la explanada verde con puntitos grises se interrumpe apenas por uno que otro visitante solitario. No queda nadie para cuando aparece Juan. Se acerca lento con las manos en los bolsillos y cara de circunstancia. Ana apura el encuentro… y Juan la detiene con un gesto, evitando el saludo físico. Comienzan a zumbarle los oídos.
Cambia el canal cada pocos segundos sin saber qué está viendo. El nudo que tiene en la garganta es notablemente superior a las quejas de sus tripas. Si suena el teléfono (como sabe que va a pasar cuando se divulgue la “noticia”) no contestará; no quiere levantarse por nada, ni por comida, ni por el timbre, ni por nada de ninguna especie. No quiere salir de esa cama nunca más… ojala dormirse y que nadie la venga a despertar por un par de años. Tampoco quiere seguir llorando, pero le parece más fácil cruzar el océano a nado.
Trata de odiar a Fito… de culparlo de todo y sepultarlo en los siete infiernos. Todo sería más fácil si pudiera odiarlo más de lo que lo ama… DE tan solo imaginar lo que se viene en adelante le faltan fuerzas. Si, mundo: Ana, la mujer que creías indestructible está destrozada. ¿Por qué lo dejó cruzar la línea en el primer momento, si iba en contra de todas las normas que construyó para protegerse? ¿Por qué dijo “intentémoslo” si no lo quería de esa forma? ¿Por qué luego la hizo quererlo tanto? ¿Por qué dejarla tan vulnerable, cómo abandonarla así…?
“Se que no es el mejor momento y que estoy tomando esto en mis manos, pero creo que ya no da… ya no damos para más. No quiero que nos rompamos en el camino… lo intentamos, y de nuevo no resultó. Ojala estés bien… Adiós, Ana”
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Simplemente maravilloso
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