viernes, 30 de julio de 2010

"Tipo 4, donde siempre"

Es una mala costumbre llegar tarde a una cita, pero es peor llegar demasiado antes. Es un problema que tiene Ana cuando se pone ansiosa. El mensaje de texto decía “tipo 4” (que es entre cuatro y cuatro y media), pero ella traspasa la puerta del café a las tres con cuarenta y uno. Se ve casual; las zapatillas a medio gastar, el abrigo plomo y los jeans neutrales que se adaptan perfectamente a sus piernas, su cabello corto que cae con naturalidad. Casual, si, pero nada de eso fue casualidad. Eligió con cuidado cada prenda a usar, el lipgloss casi imperceptible, la cantidad precisa de Ese perfume… no lo pudo evitar ("cuando la ansiedad ataca”).
El café que pidió para la espera se enfría junto al manojo de servilletitas sobre las que escribe un flachazo de idea, un bólido de unas cuantas frases que, si tiene suerte con todo el tema de la inspiración, transformará en novela. Asiente para si misma, satisfecha de su captura literaria… hasta que ya no es suficiente para mantener su mente fuera de lo que la trajo a esa mesita circular con servilleteros de papel; anoche Juan le dio un beso (y con que descaro!) lleno de significado. Supone que la citaron para, o calificarlo de condoro e imaginar que nunca ocurrió, o seguir la cadena de calamidades. Lo que más le molesta es no haberlo visto venir. Cómo fue posible, siendo Fito su amigo leal, el que nunca dio muestras de interés (no que ella notara), el que honró siempre aquel pacto tácito de la línea. ¿Cómo? Si por más que le de vueltas y lo piense detenidamente…
El lápiz resbala suavemente de sus dedos y rueda por la mesita hasta chocar con el platillo del café. Dios… por todos los Dioses!! Claro que había muestras de interés! Cómo pudo ser tan estúpida?! Ella que siempre confió en sus instintos y en su capacidad de leer a la gente, cómo no había visto la obviedad en un segundo plano? Se sostiene la frente entre los dedos (golpearse la cabeza seria, al menos, indiscreto). No importa, se dice, ya está hecho. Más importante es Qué va a hacer ante esto (mierda mierda mierda). Nunca se lo ha planteado así; Juan no como amigo sino como hombre. Juan como una posibilidad. Ha pasado mucha agua bajo el puente desde que él solo era el amigo rico de Victoria…

Son las cuatro veinte y mientras Ana se tritura los sesos en silencio Juan llega al café. Se ve como siempre, aparentemente. Bajo la piel el pulso va un poco más rápido y no es solo por la carrera desde su casa hasta ahí. Se mira en el reflejo de la puerta de vidrio – si, aún se ve compuesto – y entra con paso firme hacia la mesa de Ana, la viva imagen de la tranquilidad, con sus finos dedos entrelazados bajo el mentón. Él sabe que bajo esa cara de templanza se cuece algo (si ni siquiera a tocado su café!), y eso lo pone más nervioso. Ana repara en su presencia solo cuando lo tiene enfrente. Se fija que trae chueco el cuello de la camisa y respira un poco más rápido de lo normal, o sea que venía con prisa… diablos, esto es serio.
- Buenas – dice su sonrisa cordial. Juan levanta la mano a la camarera y le pide dos capuchinos (el de Ana esta frio), y luego cruza las manos sobre la mesa, tal como hace cada vez que va a empezar algo en serio. Y Ana… Ana no sabe que hacer. Los pedidos llegan y Fito abre la boca para comenzar a hablar.

sábado, 17 de julio de 2010

Interrogatorio

“No me pueden pedir que me acuerde cómo ocurrió la primera vez; nunca he tendió muy buena memoria… Solo se que comenzó con algo fluido, que puede aferrarse o volverse intangible, que no tiene color, ni temperatura, ni forma estable, que cambia todo el tiempo pero que conserva su naturaleza a pesar de esto. Algo como un río, el mar, la lluvia o la sangre.
Tampoco podría decirles exactamente cuando fue que me caí al pozo, por decirlo así. Ni cuando fui conciente de esto… Cuando toda la vida escuchas algo en ti que te acompaña y aconseja no te lo cuestionas; es normal. El punto es que esa es una palabra muy relativa, y más en estos tiempos de locos… pero si nos vamos por lo tradicional, claramente, no soy una persona normal.
Lo que si se es que en un principio no tuvo ninguna razón de ser concreta. Era parte de mi, tal como crecen las uñas, da sueño o se respira bajo el agua (no… esperen, ustedes no puede hacer eso, o si? *Grin*), ocurre nada más. Ahora tengo una idea algo más precisa del “por qué”; tanto así que ya no solo “ocurre” en cualquier momento, sino que puedo manejarlo a voluntad. O al menos tanto como se controla un músculo o se dirige el pensamiento.
No es por ser modesta, pero de mis logros no me puedo llevar todo el crédito. Fue Puerta quien me convenció de usar mis “facultades” más activamente y de experimentar con cosas más… vivas. ¿Quién es Puerta? Puerta, Pozo, Escalera, Cosa… tiene un montón de nombres (más que nada para molestarlo. No lo admite, pero le gustaría que lo llamaran “Porthos” – lo leyó en un cómic. No se por qué se molesta si de donde viene cosas como los nombres no tienen ninguna importancia) es eso que habla, o mejor dicho piensa, en mi cabeza. Y no, no soy esquizofrénica. Las demás ya lo han visto y probablemente ustedes también lo verán después… ¿Qué es? Sinceramente no tengo idea. No se saca mucho con preguntarle, porque no entiende a que se refiere la pregunta. Da igual, en todo caso. Vive en mi mochila o en mis zapatos, no le gusta mucho el sol y se alimenta de energía, y a veces de cosas perdidas o recuerdos (quizás por eso mi memoria es tan mala). A cambio yo puedo usarlo para… como decirlo? Viajar. Puedo moverme a cualquier lugar, mientras sea en el presente y tenga alguna noción de dónde quiero llegar… no es entretenido aparecer dentro de una pared. Los veo con cara de que no me entienden; es como abrir esa puerta que tienen con llave y estar inmediatamente en la otra habitación. La sensación, eso si, esta entre saltarse el peldaño de la escalera o caerse dentro de un pozo (frío y vértigo incluidos). Es desagradable, pero tremendamente útil.
Suena a que vivimos en simbiosis, pero a veces me siento cuidando a un crío para que no haga maldades… de donde viene tienen otra perspectiva de las cosas y las bromas no siempre le salen muy simpáticas…
En fin… suficiente de mí. Pasemos a ustedes, que el tiempo es oro y ya he perdido suficiente explicándoles algo que querían saber pero que de todas formas no entenderán con la pura teoría” – las cuerdas se rompieron en una nube de polvo seco y la chica de pelo morado se puso de pie con desgano, se sacudió la ropa y luego hundió la mano en la pared de cemento para sacar con facilidad una mochila desteñida y maltrecha que parecía haber estado siempre ahí. Se la colgó al hombro y giró el cuello (“crack! crack! crack!”) – “¿Sabían ustedes que el agua es muy muy necesaria para cosas como… hacer fluir la sangre? Supongo que si… Una vez escuché que basta perder un pelín de agua para que una persona muera en unos cuantos minutos… pero no se, un “pelín” es algo muy relativo y poco preciso.
Les propongo algo, solo porque me cayeron bien: me dan lo que vine a buscar y yo me voy por las buenas. Si me dejan aquí… me temo que vamos a comprobar cuanto exactamente es “un pelín”.

miércoles, 7 de julio de 2010

Corre, nena, corre II

“Mierda mierda mierda” es lo único que pasa por su mente. No, no lo único, pero si no estuviese tan paralizada cerraría los ojos para no seguir viendo y taparía sus oídos para no oír. El trozo de cerebro que queda activo toma en control de la situación. Agradece haber quedado petrificada en lugar de gritar en pánico; aún no saben que estás ahí, no te han visto y están demasiado ocupados como para darse cuenta que algo no anda bien. Se tapa la boca con las manos e intenta no hiperventilar, intenta calmarse y pensar con la cabeza, no con el corazón que le dice que esto no se puede quedar así. Y no lo hará, pero lo primero es lo primero: salir de ahí, viva y entera, y más importante, desapercibida. Recuerda perfectamente los planos pegados en la habitación continua; hay una salida a tres corredores de ahí. Derecha, izquierda, izquierda, y otra un poco más lejos, derecha, derecha, escalera, izquierda, derecha, escalera. Se mueve sigilosamente hacia el primer corredor común mientras decide qué camino tomar, pues por el camino corto se concentran… “centros de actividad” – un escalofrió le recorre la espalda de solo pensar en lo que hacen ahí. El más largo, será entonces. Tomará el riesgo del tiempo por sobre el de no poder controlarse.

A pasos cortos y rápidos, pegada a la pared, aguzando el oído a su máxima capacidad llega a la primera escalera. Baja un escalón y el olor que sube la bota de rodillas. Agarrándose de la baranda grasosa trata de controlar las arcadas, pero el impulso es más fuerte que su voluntad de resistir. Las lágrimas le nublan la vista y en cuanto se pone de pie sus piernas vuelven a temblar. Odia esto. Cualquiera puede acostumbrarse al olor de la putrefacción, ella ya lo ha hecho. Incluso podía aguantar el olor a muerte, pero nunca podrá acostumbrarse a lo que acompaña a ese efluvio tan conocido. Si pudiera darle un nombre sería olor a miedo, a desesperación, a miseria de quien sufre las penas del infierno y de júbilo de quien provoca esto. Se toma un minuto más, no por el asco físico, sino por el impulso de dar media vuelta y dejar la casa de putas en ese antro de maldad. Se promete que volverá, es la única forma de seguir bajando la escalera.

Abajo apenas hay luz. El olor lo inunda todo y todo, desde el suelo hasta el techo, esta cubierto de algo que no quiere saber que es. Ahora avanza a pasos largos y seguros, sus pisadas camufladas con el sonido de algo que gotea. Dobla a la izquierda y retrocede al corredor anterior hasta que los sonidos se apagan en otra parte. Ya ni siquiera es una conversación ni un idioma que pueda entender. Ni siquiera parece intentar ser algo humano. El corredor es eterno y aún más oscuro que antes. Resbala de tanto en tanto y de detiene a escuchar. Nada. Se toma un tiempo más antes de doblar el último pasillo. Falta poco, piensa, solo un esfuerzo más y estará afuera. Si deja que la desesperación salga a flote está perdida. Vuelve a pensar en la chica Kiddo para darse fuerzas, da igual que sea solo una película.

El mundo se ve borroso cuando cruza el último pasillo, ya corriendo y tropezando, ya al borde de colapsar. Sube la corta escalera de 4 peldaños como puede y empuja la puerta que por fuera se rotula como “solo personal autorizado”. La luz exterior la deja ciega y aturdida, pero sigue avanzando hacia la derecha hasta chocar con un muro delgado que se mueve a su paso – otra puerta. Ya se acostumbró lo suficiente a la luz y sigue corriendo como si su vida dependiera de ello, alejándose del supermercado del que acaba de salir. Corre hasta que el cuerpo no le aguanta. Se encuentra en un parque y es de noche, muy tarde. Esta cubierta de sudor, sangre y mugre y ya no puede reprimir las lágrimas que le bañan la cara. Cae al pasto, cerca de un grupo de arboles. No le queda fuerza para moverse ni hacer nada más que escupir a llanto todo lo que absorbió en ese maldito lugar. Luego ni siquiera puede mantenerse consciente. Cuando despertó sus manos ya no tocaban tierra, sino algo liso y suave, como la tela de las sabanas. Ya no sentía el maldito olor, pero la sensación de malestar no se había ido del todo. Rodo hacia un costado y se dio cuenta que estaba bajo un techo que conocía, a la luz de una lámpara de mesa. También se dio cuenta de que no era el único ser dentro de la habitación.

viernes, 2 de julio de 2010

Cuatro

Primer sábado de mayo. Son las cuatro de la mañana y tras una semana horrible de entregas y pruebas, Ana se declara sin ninguna culpa en completo estado de ebriedad: la próxima semana no tiene nada importante que hacer. Mañana no hay que levantarse temprano y gracias a una apuesta a Sergio le toca ser su esclavo (y asegurarse de que no cometa estupideces irreversibles y que llegue entera a su casa). Ana baila como si estuviera sobria; ningún paso torpe ni fuera de lugar, pura fluidez - porque si hay algo que sabe hacer por la gracia del señor, es bailar.
Hace veinte minutos que Juan la mira de lejos. No crean que es un acosador, no. La casualidad los puso en el mismo galpón, así como unas cuantas – más que menos – veces Victoria los ha puesto bajo el mismo techo. Se caen bien, de lo poco que han hablado. Es muy pronto para declararse amigos. Y Juan intenta reunir el coraje para bailar con la periodista.
Sin éxito.

Segundo miércoles de octubre. Ambos contemplan el techo de la pieza de Sergio. Es el tiempo muerto de la jornada de trabajo-estudio (distintas carreras, pero es lo de menos). Esperan que Sergio y su “amiga” de pedagogía vuelvan de comprar pan y unos cigarros que ninguno de los dos fuma. Ana piensa en su próxima entrega. Lleva invicta toda la carrera y le falta tan poco… Es una especie de tributo a Pablo Rojas; él siempre dijo que Ana saldría pronto (también predijo que estudiaría luego algo completamente diferente, pero eso ella no lo sabe). Entrecierra los ojos y se deja llevar por las profundidades de sus pensamientos. Juan le pregunta si piensa cortarse el pelo o lo dejará crecer. “No se. Tú qué piensas?”. No hay respuesta concluyente. Se limita a pasar los dedos por las puntas de su pelo es un gesto distraído. Piensa que si le molesta se lo hará saber. Juan ha visto que Ana y Sergio se mueven en ese terreno sin problemas. No es que le moleste verlos, solo le intriga.
Desde afuera se escucha el murmullo de los autos. Sergio se demora media vida en volver y a Ana no le incomoda. Total, la línea sigue definida y lejana, piensa. Aquí no hay intención de nada. Por lo menos no una que ella pueda ver.

Paréntesis:
Surge a veces la pregunta de que si Sergio y Ana se llevan tan bien, si confían tanto el uno en el otro y se complementan como un rompecabezas cómo es que no ha pasado nada entre ellos. Se cree que, a veces cuando dos personas se conocen y comprenden tanto ya no se pueden gustar. Quizás sea eso, o quizás es que ellos se conocieron para ser amigos.
Y es que no hay peligro de cruzar esa delgada línea entre “amigos” y “algo más” cuando la dichosa división no existe, pues “algo más” no va a ocurrir (sería como enamorarse de tu herman@…). Lo más cerca que estuvieron de inventar una línea imaginaria fue en tercero medio, en una fiesta en la que el par de santos recién aprendían a tomar. La cosa fue que entre la confusión del momento y la bruma del alcohol se besaron. Después se quedaron mirando durante dos canciones y media, sorprendidos de no haber sentido absolutamente nada – como besar una pared. Estuvieron riéndose hasta que les dio hipo. No les tomó mucho entender que no había más opción que la amistad y eso les sentaría de maravilla. Aún se ríen de esa anécdota secreta.
Cierra paréntesis

Tercer Domingo de Febrero. El antiguo departamento de Pablo Rojas, antes de Julián Rojas y ahora de Ana, se refresca con las ventanas abiertas y la brisa esparce el olor a pintura, mezclándolo y diluyéndolo por todas partes. En la sala, echados sobre el parquet, intentan palear el calor de las tres de la tarde. Entre risas deciden que deberían dejar las aulas y los laboratorios, pues no hay nadie mejor que ellos pintando muros. Más tarde tendrán una guerra de brochas.
Juan la mira y no logra acostumbrarse a verla sonreír. Debe tener cuidado de no dar atisbos de nada… por ahora se conforma con su sonrisa ocasional.
Han bautizado las tres habitaciones por obviedad: la pieza verde, la amarilla y la gris.

Cuarto viernes de julio. Hace un frío de mierda a esas horas de la noche. Hace quince minutos que Victoria desapareció con un argentino y del resto no se sabe. Ana y Juan salen a la terracita del pub en busca del aire fresco y helado. Él lo ha pensado mucho, ha buscado las señas y tras creerlas ahí, se ha decidido. De un segundo a otro Ana se pone nerviosa porque siente diferente a Juan, y no se da cuenta hasta que sus bocas están demasiado cerca.
Esa noche Juan rompió una regla primordial, pues hizo casi la única cosa que los buenos amigos nunca deben hacer: cruzó la línea.