“Mierda mierda mierda” es lo único que pasa por su mente. No, no lo único, pero si no estuviese tan paralizada cerraría los ojos para no seguir viendo y taparía sus oídos para no oír. El trozo de cerebro que queda activo toma en control de la situación. Agradece haber quedado petrificada en lugar de gritar en pánico; aún no saben que estás ahí, no te han visto y están demasiado ocupados como para darse cuenta que algo no anda bien. Se tapa la boca con las manos e intenta no hiperventilar, intenta calmarse y pensar con la cabeza, no con el corazón que le dice que esto no se puede quedar así. Y no lo hará, pero lo primero es lo primero: salir de ahí, viva y entera, y más importante, desapercibida. Recuerda perfectamente los planos pegados en la habitación continua; hay una salida a tres corredores de ahí. Derecha, izquierda, izquierda, y otra un poco más lejos, derecha, derecha, escalera, izquierda, derecha, escalera. Se mueve sigilosamente hacia el primer corredor común mientras decide qué camino tomar, pues por el camino corto se concentran… “centros de actividad” – un escalofrió le recorre la espalda de solo pensar en lo que hacen ahí. El más largo, será entonces. Tomará el riesgo del tiempo por sobre el de no poder controlarse.
A pasos cortos y rápidos, pegada a la pared, aguzando el oído a su máxima capacidad llega a la primera escalera. Baja un escalón y el olor que sube la bota de rodillas. Agarrándose de la baranda grasosa trata de controlar las arcadas, pero el impulso es más fuerte que su voluntad de resistir. Las lágrimas le nublan la vista y en cuanto se pone de pie sus piernas vuelven a temblar. Odia esto. Cualquiera puede acostumbrarse al olor de la putrefacción, ella ya lo ha hecho. Incluso podía aguantar el olor a muerte, pero nunca podrá acostumbrarse a lo que acompaña a ese efluvio tan conocido. Si pudiera darle un nombre sería olor a miedo, a desesperación, a miseria de quien sufre las penas del infierno y de júbilo de quien provoca esto. Se toma un minuto más, no por el asco físico, sino por el impulso de dar media vuelta y dejar la casa de putas en ese antro de maldad. Se promete que volverá, es la única forma de seguir bajando la escalera.
Abajo apenas hay luz. El olor lo inunda todo y todo, desde el suelo hasta el techo, esta cubierto de algo que no quiere saber que es. Ahora avanza a pasos largos y seguros, sus pisadas camufladas con el sonido de algo que gotea. Dobla a la izquierda y retrocede al corredor anterior hasta que los sonidos se apagan en otra parte. Ya ni siquiera es una conversación ni un idioma que pueda entender. Ni siquiera parece intentar ser algo humano. El corredor es eterno y aún más oscuro que antes. Resbala de tanto en tanto y de detiene a escuchar. Nada. Se toma un tiempo más antes de doblar el último pasillo. Falta poco, piensa, solo un esfuerzo más y estará afuera. Si deja que la desesperación salga a flote está perdida. Vuelve a pensar en la chica Kiddo para darse fuerzas, da igual que sea solo una película.
El mundo se ve borroso cuando cruza el último pasillo, ya corriendo y tropezando, ya al borde de colapsar. Sube la corta escalera de 4 peldaños como puede y empuja la puerta que por fuera se rotula como “solo personal autorizado”. La luz exterior la deja ciega y aturdida, pero sigue avanzando hacia la derecha hasta chocar con un muro delgado que se mueve a su paso – otra puerta. Ya se acostumbró lo suficiente a la luz y sigue corriendo como si su vida dependiera de ello, alejándose del supermercado del que acaba de salir. Corre hasta que el cuerpo no le aguanta. Se encuentra en un parque y es de noche, muy tarde. Esta cubierta de sudor, sangre y mugre y ya no puede reprimir las lágrimas que le bañan la cara. Cae al pasto, cerca de un grupo de arboles. No le queda fuerza para moverse ni hacer nada más que escupir a llanto todo lo que absorbió en ese maldito lugar. Luego ni siquiera puede mantenerse consciente. Cuando despertó sus manos ya no tocaban tierra, sino algo liso y suave, como la tela de las sabanas. Ya no sentía el maldito olor, pero la sensación de malestar no se había ido del todo. Rodo hacia un costado y se dio cuenta que estaba bajo un techo que conocía, a la luz de una lámpara de mesa. También se dio cuenta de que no era el único ser dentro de la habitación.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario