¿Qué pasa?
Te vez alterada con el auricular suspendido en tu mano.
¿Recibiste una llamada? No, no es eso… tienes miedo de hacerla. No me digas que es mentira, por que lo tienes escrito en toda tu cara.
Te aterra que nadie conteste, pero pareces empeñada en ignorar el hecho y llamarás de todas formas… aunque te estás tardando demasiado.
¿Olvidaste el número, tal vez? Eso jamás. Podrías recitarlo hasta en sueños; lo has repetido demasiado como para olvidarlo. Solo estás reuniendo coraje para marcar.
Tu mano deja el teléfono y va a parar a tu cara, a tus ojos.
Los cierras con fuerza y haces ese además de arañarlos.
Te repugnan.
Detestas tener cualquier parte de otra persona, compartiendo tu sangre, plantados ahí en la cara. Pero en ese momento, luego del accidente, olvidaste el asco y dijiste “si, los quiero”, como si tu vida dependiera de ellos. El miedo a la oscuridad fue más fuerte que el resto de tus convicciones. Deja de lamentarte, no puedes quitártelos y tampoco lo harías si pudieras. Solo asúmelo: los necesitas.
Vuelves a tomar el auricular. Tus manos tiemblan, se nota a la legua. Aún así estás marcando el número.
Y ahora, esperas.
Aguantas la respiración mientras suena el tono de la línea ausente.
7 segundos. “Quizás está ocupado en algo más”; de seguro pensaste eso.
26 segundos. Ni siquiera él se demora tanto en contestar una llamada… deberías cortar ya.
43 segundos. No hay nadie ahí: eso es lo que te dice el teléfono.
Lentamente pones el auricular en su lugar. Tu mirada se pierde en algún punto indefinido y tu mentón tiembla levemente. Aquí es cuando repito: niña tonta, te lo dije. No hay nadie que conteste al otro lado, y sabes muy bien lo que eso significa.
¿Sientes cómo ese vacío se apodera de ti? Como una avalancha abalanzándose en el ruido blanco.
¿Lo sientes? Y tú pensabas que conocías el miedo… ahora lo vas a conocer;
Disfrútalo.
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