lunes, 15 de marzo de 2010

Seis meses de muerte prematura

Llevaba su blusa favorita, la sin mangas. Me miró con esos grandes ojos castaños anegados en lágrimas. Su voz temblaba.
Me dijo que no lo soportaba más, que no era mi culpa y que me amaba como a nada en el mundo. Dijo que quizás algún día yo podría perdonarla. Repitió las mismas cosas una y otra vez, y tras un último “lo siento” tiro del gatillo.

Y yo, congelado en el umbral de la puerta con la bolsa de la farmacia en la mano, no pude hacer nada para detenerla.

De eso ya van seis meses, pero a veces siento que fueran años. Todas las noches me parece que hubiera sido ayer.
El psicólogo habla de Lucia como un taboo y de mí como un estúpido. No lo soporto. Él cree que me estoy recuperando y la verdad es que siempre he sido un magnifico actor.

No, no me estoy recuperando.

A veces pierdo las palabras, a veces pierdo el control. A veces apretó un gatillo imaginario contra mi frente y de vez en cuando se me olvida respirar… pero Lucia no quería eso. Lo hizo porque estaba enferma; su cuerpo ya no era suyo y torturaba su cabeza. Yo hice lo que pude para aplacar su dolor y se que estuvo agradecida del tiempo que pasamos juntos.
Se supone que nos encontraríamos al otro lado, muchos años después, pero siento que he muerto un poco cada día desde que ella lo hizo y a veces pierdo la fe…

A veces mi cuerpo parece no pertenecerme y no se cuánto más pueda soportar. Yo aún la amo como a nada en el mundo y, no se, quizás algún día podrá perdonarme.

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