Si me preguntaran ahora mismo dónde nos encontrábamos diría, y creo que sin equivocarme, que en el fin del mundo. Tanto en geografía como en todo lo demás.
El amanecer era inminente y tras huir toda la noche se nos acababa el tiempo, o mejor dicho, mi tiempo era el que estaba por terminar. Celeste no parecía preocuparse demasiado por plazos o compromisos de cualquier especie, tan terrenales para su existencia etérea.
Si me preguntaran quién es Celeste, diría (esta vez con toda seguridad) que ella no es de aquí. Es mi hermana pero, si bien nacimos juntos, no es hija de mi madre. Lo puedo ver en sus ojos de cielo.
Desde el primer momento en que nos pusieron en la misma cuna no nos separarnos jamás. Ni cuando jugábamos en el barro, ni cuando yo me metía en problemas, ni cuando ella parecía despegar sus piesecitos de la realidad, ni cuando entramos en la Sociedad de los Nómadas… Por desgracia creo que esta será nuestra última travesía en conjunto; la hechicera y su guardaespaldas en el último acto del desenfrenado teatro que fueron nuestras vidas.
Finalmente los sentí en el suelo como un terremoto rugiendo hacia nosotros. La huida tan solo nos había dado estos instantes de ventaja, nada más. No tenía sentido pensar en eso: ahora era el momento de luchar, de sacar mi espada y protegerla de la horda que se nos echaría encima, y del abismo que nos acariciaba a espalda. Por el rabillo de mis ojos pude ver sus manos comenzando a temblar y luego quedarse quietas como cada vez que se concentraba al máximo al pronunciar un hechizo. Al instante la hoja de mi espada comenzó a brillar como si estuviese al rojo vivo. Un conjuro ofensivo, uno fuerte… Celeste no estaba para evasivas; encararía a la muerte con tanta o más determinación que yo. Sin embargo, eso no estaba en mis planes. Claro que no lo permitiría; protegerla era mi misión en este mundo. Estaba seguro de eso y para conseguirlo guardé un as bajo mi manga. Ella era la bruja, por supuesto, pero no fue la única que aprendió magia. Torpe, quizás… Ineficiente, la mayoría de las veces, pero este no me iba a fallar; lo había ensayado miles de veces para que saliera a la perfección a pesar de mis escasos dotes en estas artes. Supongo que ella pensó que intentaba intensificar su hechizo cuando empecé a recitar por lo que no perdió su calma infinita, e incluso logró mantener la concentración cuando se dio cuenta de lo que realmente estaba haciendo.
Luego, todo sucedió muy rápido. El aliento de nuestros atacantes rozándonos el rostro. Mi espada incandescente hundiéndose en la tierra, desmoronándolo todo. Y los ojos de Celeste… por todos los Dioses, bendita sea esa mirada suya.
Si me preguntaran cómo me sentí en el momento en que el suelo desapareció bajo mis pies, diría sin pensarlo dos veces que feliz. Feliz de haberla salvado y llevarme a todo un ejercito conmigo hacia el abismo. Orgulloso, también, de cumplir con mi propósito sin echar pie atrás a la hora de mirar a la muerte a los ojos. E inmensamente triste, cuando vi en su rostro una única lagrima derramada para mí.
miércoles, 17 de marzo de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario